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Lo repetíamos todos los viernes. Nos sentábamos en aquél escalón de Porta Ferrisa después de un largo día y un paseo por la rambla. Nos dedicábamos a examinar a todo el que pasaba. Antes de hacerlo, solíamos pasar por la heladería de la esquina y ella se compraba un cucurucho de after eight. Recuerdo con exactitud la primera vez que lo probé, obligada, después de que escuchara que no lo había probado nunca. Fue también la última vez que lo hice, pero todavía hoy soy capaz de recordar con exactitud ese sabor. Podíamos tirarnos horas sentadas ahí, sin hacer ni decir nada, unicamente mirando a la gente que pasaba. Yo adoraba pararme a pensar a donde iba toda esa gente, intentaba adivinar como se llamaban y me intrigaba descubrir en qué estarían pensando. Recuerdo también los comentarios de Marta acerca de la ropa, el peinado o los zapatos de cada una de esas personas, nos divertía ver lo distintas que pueden llegar a ser dos personas. Ahí fue donde descubrí la importancia de ser uno mismo. Creo que ahí sentadas pasamos algunas de las mejores horas de nuestras -todavía cortas- vidas. Por increíble que parezca, aún hoy puedo jurar que ahí sentadas aprendimos mucho más de lo que nadie pueda enseñarnos sobre la vida...
+La echo de menos.
SMMC
PD ( Cartesdefum#.com)
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